Por Milton Andrés García Anaya
Probablemente los has visto colgando de la ropa de algún santo, de algún Cristo o alguna virgen. Son pequeñas figuras de metal —una pierna, un corazón, un ojo, una casa, un niño, un animal—. Estas piezas, conocidas como milagritos, son tan comunes en los templos católicos que parecen parte natural del paisaje devocional mexicano. Pero… ¿qué son? ¿para qué sirven?
Según el Diccionario del Español de México, un “milagro” es un acontecimiento extraordinario y maravilloso, producto de la intervención de Dios. En una sociedad predominantemente católica como la mexicana, esta fe se manifiesta en imágenes, promesas, rezos… y también en estas pequeñas ofrendas llamadas exvotos o milagritos, dedicadas a los santos como intercesores entre el ser humano y lo divino.

¿De dónde vienen los milagritos?
Aunque hay versiones legendarias que aseguran que Hernán Cortés trajo esta práctica a México tras ser curado de una picadura de alacrán, no hay certeza histórica sobre su origen. Lo que sí es claro es que, desde tiempos coloniales, las comunidades en México han desarrollado esta tradición como una forma tangible de expresar su relación espiritual con lo sagrado.

En Izúcar de Matamoros, los milagritos son especialmente visibles durante la festividad de Santiago Apóstol, en julio. Además de encontrarlos colgados en las vestiduras de la imagen venerada, es común verlos a la venta en los alrededores del templo, donde comerciantes locales y foráneos ofrecen estas piezas llenas de simbolismo.
Don Orlin Sánchez: tradición, familia y un taller en casa

Justo a la entrada principal del templo, se puede encontrar a Don Orlin Sánchez, originario de la colonia Cruz Verde. Desde los 12 años, cuando comenzó acompañando a su papá, se ha dedicado a vender estos milagritos. A los 15, decidió iniciar por su cuenta, y con más de 36 años en esta labor, aprendió también a fabricarlos.
En su casa ha instalado un pequeño taller donde crea milagritos con distintos materiales: resina, alpaca, estaño, plata e incluso oro, según el gusto o presupuesto del comprador. Los materiales los adquiere en la Ciudad de México y los trabaja él mismo.
Además de Izúcar, Don Orlin viaja por el sureste mexicano, visitando ferias religiosas y llevando su mercancía, que no solo vende, sino que también representa una parte importante de su identidad y la herencia de su familia.
Don Juventino Quintero: medio siglo de devoción y comercio

A un costado de la misma entrada, otro puesto destaca por su variedad de artículos religiosos. Ahí está el señor Juventino Quintero, originario de la ciudad de Puebla, quien ha venido a la feria de Izúcar desde hace más de 50 años. Su puesto ofrece cuadros, escapularios, rosarios, estampas y, por supuesto, milagritos de diversas formas.
Juventino no los fabrica, pero trabaja con productores mexicanos que los elaboran en materiales tradicionales. Este año, comenta, la venta ha estado baja, y él cree que las leyes migratorias de Estados Unidos han tenido un impacto. Muchas personas que antes venían desde allá a visitar a Santiago ya no han podido hacerlo.
Don Andrés Guadalupe: un testimonio de fe y milagro concedido
Un poco más adelante, calle abajo, se encuentra el señor Andrés Guadalupe, originario de Tlacotepec de Benito Juárez, quien ha asistido a esta feria durante más de 30 años. Entre los diversos artículos religiosos que vende, destaca una manta roja donde cuelgan decenas de milagritos hechos de estaño.

Don Andrés afirma haber sido testigo directo de la eficacia de estas ofrendas. Hace más de 25 años le pidió a la Virgen de Juquila ayuda para conseguir una camioneta. Poco después perdió su empleo, pero fue ese suceso el que lo empujó a migrar a Estados Unidos. Allá pudo trabajar, ahorrar, y finalmente regresó a México con algo más que un vehículo: una nueva vida. Como agradecimiento, le llevó a la virgen una pequeña camioneta elaborada en barro.
La vida del milagrito
Los milagritos que más se compran, dicen, son aquellos relacionados con la salud, la vivienda, el trabajo y la familia. Es importante señalar que, dependiendo de la intención, los creyentes adquieren los milagritos antes o después del favor concedido. Algunos los compran como súplica, esperando que su oración sea escuchada. Otros los adquieren una vez que el milagro se ha hecho realidad, como ofrenda y muestra de agradecimiento.
Muchos compradores los llevan primero a su casa, los colocan en su altar familiar o los guardan en la cartera. Al volver al templo, ya con el favor cumplido, los prenden en la vestidura del santo o en los espacios destinados para ello.
De la fe al altar
En el Santuario de Santiago Apóstol, los milagritos se encuentran en varias zonas. A la entrada, una imagen pequeña del santo recibe decenas de ellos. La imagen principal, centenaria y recientemente restaurada tras el sismo de 2017 tiene un espacio especial donde los feligreses pueden colocar sus ofrendas. En la capilla anexa, donde se encuentra la figura de Santiago Peregrino, también se han dispuesto zonas para colgar los milagritos.


Estos objetos suelen ir acompañados de fotos, cartas, dibujos y oraciones, formando un mosaico conmovedor de fe popular. Cada pieza representa una historia, una petición, una vida tocada por la esperanza de que lo divino escuche, actúe y transforme.
Un símbolo vivo de la religiosidad mexicana
A través de testimonios de quienes los venden y los usan, los milagritos demuestran que la fe popular se materializa en formas tangibles. Son símbolo de resistencia espiritual, de conexión entre lo divino y lo humano, de esa capacidad profundamente humana de esperar contra toda esperanza.
Los rostros de Don Orlin, Don Juventino y Don Andrés nos recuerdan que esta tradición no solo se mantiene viva, sino que es parte del tejido cultural y espiritual de toda una región. Tres vidas, tres historias y un mismo hilo: la fe convertida en metal.
En cada figura cuelga una promesa, una oración, una historia no contada. Son, al mismo tiempo, joyas devocionales y documentos espirituales de la religiosidad mexicana.
