Escrito por: Milton Andrés García Anaya
Caminando por las calles del centro de Izúcar, encontramos lugares que esconden
historias mágicas. Tal es el caso de la casa ubicada en la calle Ayuntamiento #25,
conocida por su fachada con la leyenda “Funerales Oliván”. Aunque para algunos solo
sea un negocio de cruces o unos baños públicos, los más curiosos saben que ahí se
encuentra un taller que resguarda uno de los oficios más únicos de la región: la reparación
y restauración de Niños Dios.

El inicio de un arte singular
Desde joven, Francisco Javier Solís Carrillo mostró talento para el dibujo y la pintura. Su
madre, quien decoraba cruces para difuntos con líneas finas, le enseñó esta técnica y
reconoció su habilidad con los materiales. A los 19 años, lo animó a aceptar su primer
encargo: reparar un Niño Dios. Aunque nervioso y con pocos recursos, Francisco logró
el trabajo. A pesar de que creía que el resultado no era el mejor, la clienta quedó
encantada, marcando así el inicio de una carrera que ha perdurado más de cuatro décadas.
Innovación en cada detalle
Al principio utilizaba pinturas vinílicas, pero su pasión lo llevó a experimentar con
materiales y técnicas. Leyendo libros y con ayuda de un disco cromático, perfeccionó su
habilidad para mezclar colores y adaptarse a los pedidos de sus clientes. Actualmente usa
yeso cerámico y blanco de España para resanar, mientras que las pinturas de esmalte y
una variedad de pinceles son sus herramientas principales.


Historias que trascienden
Uno de los momentos más memorables de su carrera ocurrió cuando un agricultor
encontró un Niño Dios enterrado en su campo. La figura estaba muy dañada y nadie
quería repararla. Francisco aceptó el reto, advirtiendo sobre la complejidad y el costo.
Días después, entregó la imagen restaurada. El cliente, agradecido, regresó con un
chiquihuite lleno de frutas y pan como muestra de gratitud. “Las figuras tienen algo
especial; aunque sean de yeso, parece que recuperan el semblante después de ser
restauradas”, comenta Francisco.
Una labor familiar
Actualmente, su esposa, Doña Elizabeth Balbuena González, lo apoya en el pulido y la
colocación de pestañas en las figuras. Aunque sus hijos conocen lo básico, no se
dedican al oficio debido a sus estudios y trabajos. Juntos, Francisco y Elizabeth han
restaurado Niños Dios, Cristos, Vírgenes y otros santos, recibiendo encargos de
municipios como Tecomatlán y Teopantlán.

Temporadas de mayor demanda
El taller trabaja todo el año, pero noviembre y diciembre son los meses más ocupados
por la reparación de Niños Dios y Vírgenes de Guadalupe y Juquila. En enero, la
demanda crece con figuras que deben estar listas para el 2 de febrero.
Una invitación a preservar el oficio
Francisco invita a quienes sienten curiosidad por este arte a intentarlo. Aunque requiere
paciencia, prueba y error, destaca la importancia de la constancia. También hace un
llamado a valorar este trabajo, ya que son pocos los que se dedican a este oficio.
En su taller, Francisco no solo repara figuras; también mantiene viva una tradición que
conecta a las familias de Izúcar con su historia y fe
